madrugada de Lavadero



Recuerdo un día en que la tristeza me ganó. No soy un tipo de mostrar sus emociones. Ese día, Salí con el tacho, temprano. Pasé por el lavadero de siempre y me senté en el barcito que estaba vacío, por la hora a la que arrancan a trabajar. Fui el primer cliente del día y me dijeron que como “premio”, me lavaban las alfombras gratis. Agradecí el “premio” y me dispuse a tomar mi café. El lugar tenía apenas algunas luces prendidas y el sol apenas asomaba. Hacia un frio de locos y me compadecí de los pibes que lavaban mi auto. Me los imaginaba con los dedos ateridos de frio y pensé que una buena propina se la merecían. Pero también caí en cuenta que la tristeza me tomaba por la espalda y no podía soltarme, a pesar de que mucho tiempo le fui ganando, batalla tras batalla. La verdad es que no tenía muchas ganas de dar vueltas en el tacho...

No recuerdo que haya pasado algo malo en casa o en el tacho, no. Mi vida era tranquila, tenía la tele, la tranquilidad, la paz, el amor… ¿qué más se puede pedir? Era solo cierta melancolía que pugnaba por crecer, yo que la frenaba y ella que insistía, a veces ganaba y se convertía en tristeza. Después, moría como había nacido y yo, seguía igual. Esta era diferente. Muy diferente.

Encima, nadie a quien leer…

Me terminé el café justo cuando los pibes terminaban con mi auto. Me dieron la llave, pagué, les agradecí lo espectacular que siempre dejaban el auto y les di una propina a cada uno. Se me quedaron mirando como si les hubiera dado una pepita de oro a cada uno, y la guardaron agradeciendo con boca y ojos desorbitados. Tuve que laburar todo el día para recuperar esa propina, pero entendí que se la habían ganado.

Pero apenas salí del lavadero, la tristeza tomo el volante, giro a la derecha y el pie, compañero y compinche de la tristeza, clavó los frenos bajo un árbol y la mano apagó el motor.

Y lloré.

No sé porque, pero llore. Me sequé las lágrimas y arranqué el auto. No almorcé y a eso de las 4, había recuperado las propinas y volví a casa.

Le conté a la doña de mi día, el lavadero, el árbol, el llanto… ella me miró como solo ella me puede mirar y me toco la mano. La tristeza se fue, la paz volvió a reinar en mi corazón.

Habrá que aguantar hasta la próxima tristeza…

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