Lo recuerdo bien. fue un día difícil de poco pasajero. mucha vuelta, viajes largos con pasajeros que no hablaban y luego, en medio de la nada, volver solo a Capital... Entonces terminé medio temprano, no quería hacer sufrir al auto al pedo, así que corte medio temprano. cuando volvía de un viaje largo, apagué el reloj y me metí en el primer bar que encontré. Ya se estaba haciendo de noche, en invierno, las noches llegan más rápido que el café a la mesa.
Así, mientras bebía mi café en
aquel bar, vi entrar a una joven. Su rostro estaba marcado por la tristeza y la
angustia, y supe de inmediato lo que le sucedía. Había sido abandonada por su
novio hacía solo unas horas, y su mundo se había desmoronado.
La "escuché" con
atención, mientras su dolor y desesperación fluían hacia mí. Pobre. Recién, recién,
se entera del embarazo, se lo dice a él y este, automáticamente, comienza con
la vieja perorata de que no es de él, que hay que "sacarlo". Sí,
"sacarlo", como quien saca la basura...
En un mundo lleno de ruido y
distracciones, a veces todo lo que necesitas es alguien que te escuche de
verdad, alguien que pueda ver más allá de tus palabras y entender tus
emociones. Y ese tipo no soy yo, no soy de abrazar o confortar. pero algo en mí
me decía que tenía que hacer algo, entonces, por primera vez, tomé una
servilleta, saqué la lapicera del bolsillo y escribí algo. entonces me acerque
al mostrador y le pregunte al mozo si había pedido algo. después me fui, subí
al auto y la miré desde afuera.
Entonces vi que pasó. el mozo le
llevo su café con mi nota. la leyó y levanto la cabeza nerviosa y buscó. no
encontró a nadie mirándola. pero su cara cambio, bebió su café, pagó y salió
del bar. Ya no tenía esa sombra de dolor. Solo era la pena. llevaba esa
servilleta en la mano.
No fui ni psicólogo, ni profeta,
ni cura. solo escribí "Todo pasa, nena".
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